12 mayo 2016

Proyectos de pasado

...que todo aquel que atraviese el umbral de la Securitate o de cualquier otro organismo represivo análogo se diga a sí mismo con firmeza: desde este momento estoy muerto. Le está permitido consolarse: ¡Lástima de mi juventud y de mi vejez!, o: ¡ay de mi mujer, de mis hijos, ay de mí!, ¡ay de mi talento, o de mis bienes, o de mi poder!, ¡ay de mi amada!, ¡ay del vino que no voy a beber, de los libros que no voy a leer, de los paseos que no daré, de la música que no voy a escuchar!, etc., etc., etc. Pero hay algo que es seguro e irremediable: a partir de este momento soy un hombre muerto.

Recordaba estas palabras de Nicolae Steinhardt a medida que avanzaba con el volumen de Ana Blandiana, Proyectos de pasado, y las relacionaba con lo que había dicho yo a raíz de la muerte de García Márquez, es decir, que sus personajes me parecían estar muertos, no por mal construidos sino por arrastrar una vida irreal que no parecía humana. Es inevitable relacionar los relatos de Ana Blandiana con García Márquez, pero también con Kafka y en algún caso (como "La iglesia fantasma", con esa introducción que trata de dar visos de realidad a lo fantástico) con Poe. Lo que sucede es que Blandiana parece haber encontrado el lugar donde ese tipo de fabulaciones, que en los citados autores parecen caprichos o intuiciones de algo que se teme, tienen su suelo natural, adquieren visos de realidad, y ese suelo lo constituyen los regímenes comunistas. Las peores pesadillas o las alucinaciones más peregrinas se contemplan en esos espacios con la frialdad del cadáver o la desesperanza del enterrado en vida. Esos regímenes tienen, sí, el lamentable poder de acabar con la esperanza, que como dicen es lo último que se pierde.

Acabar con ella... o casi. De hecho, lo que caracteriza a los protagonistas de Ana Blandiana, frente a los Kafkas y los demás, es el reencuentro con lo que parecía perdido, llamémoslo la esperanza o lo espiritual o simplemente lo humano, mediante un destello de lo sobrenatural, que aparece bajo la forma de ensueños o de ángeles, como sucede en "Aves voladoras para el consumo", "El traje de ángel" o "Lo soñado". José Jiménez Lozano afirmaba en una reciente entrevista:

...aunque los grandes totalitarismos dieron pasos enormes en la liquidación de esa intimidad o recogimiento en “la sustancia de lo que es humano”, no pudieron abolirlo, precisamente por esto: los momentos de revivencias, sueños y pesares o esperanzas, la conversación, la confidencia y el momento de “in angulo cum libro” o el rinconcillo de leer y restañarse de los esquinazos del vivir, son la sustancia misma del vivir.

Lo que no deja de ser un buen resumen de la literatura de Ana Blandiana, al menos tal como la he entendido en estos Proyectos de pasado: ese pasado, esa historia humana individual que el socialismo se empeña en aniquilar puede reconstruirse mientras quede en el ser humano una mínima conciencia de su dignidad, como sucede con los protagonistas del relato que da título al volumen: robinsones en el Baragán cuya voluntad inquebrantable habría sido capaz, de no haber sido devueltos inopinadamente a casa, de haber creado una nueva célula vital en aquel desierto. Steinhardt sabía mucho de esto, como Armando Valladares, como el cardenal Van Thuan, y tantos otros. Y es significativo que el volumen se cierre con "La iglesia fantasma", la historia de esa iglesia a la que unos aldeanos trasladan a viva fuerza desde su emplazamiento original, ya que no les dejan construir una, y queda como una presencia misteriosa a través de los siglos. El nombre de la definitiva tabla de salvación parece claro.

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