...que todo aquel que atraviese el umbral de la
Securitate o de cualquier otro organismo represivo análogo se diga a sí mismo
con firmeza: desde este momento estoy muerto. Le está permitido consolarse:
¡Lástima de mi juventud y de mi vejez!, o: ¡ay de mi mujer, de mis hijos, ay de
mí!, ¡ay de mi talento, o de mis bienes, o de mi poder!, ¡ay de mi amada!, ¡ay
del vino que no voy a beber, de los libros que no voy a leer, de los paseos que
no daré, de la música que no voy a escuchar!, etc., etc., etc. Pero hay algo
que es seguro e irremediable: a partir de este momento soy un hombre muerto.
Recordaba estas palabras de Nicolae Steinhardt a
medida que avanzaba con el volumen de Ana Blandiana, Proyectos de
pasado, y las relacionaba con lo que había dicho yo a raíz de la muerte de García
Márquez, es decir, que sus personajes me parecían estar muertos, no por mal
construidos sino por arrastrar una vida irreal que no parecía humana. Es
inevitable relacionar los relatos de Ana Blandiana con García Márquez,
pero también con Kafka y en algún caso (como "La iglesia
fantasma", con esa introducción que trata de dar visos de realidad a lo
fantástico) con Poe. Lo que sucede es que Blandiana parece haber
encontrado el lugar donde ese tipo de fabulaciones, que en los citados autores
parecen caprichos o intuiciones de algo que se teme, tienen su suelo natural,
adquieren visos de realidad, y ese suelo lo constituyen los regímenes
comunistas. Las peores pesadillas o las alucinaciones más peregrinas se
contemplan en esos espacios con la frialdad del cadáver o la desesperanza del
enterrado en vida. Esos regímenes tienen, sí, el lamentable poder de acabar con
la esperanza, que como dicen es lo último que se pierde.
Acabar con ella... o casi. De hecho, lo que caracteriza a
los protagonistas de Ana Blandiana, frente a los Kafkas y los demás, es
el reencuentro con lo que parecía perdido, llamémoslo la esperanza o lo
espiritual o simplemente lo humano, mediante un destello de lo sobrenatural,
que aparece bajo la forma de ensueños o de ángeles, como sucede en "Aves
voladoras para el consumo", "El traje de ángel" o "Lo
soñado". José Jiménez Lozano afirmaba en una reciente entrevista:
...aunque los grandes totalitarismos dieron pasos enormes
en la liquidación de esa intimidad o recogimiento en “la sustancia de lo que es
humano”, no pudieron abolirlo, precisamente por esto: los momentos de
revivencias, sueños y pesares o esperanzas, la conversación, la confidencia y
el momento de “in angulo cum libro” o el rinconcillo de leer y restañarse de los
esquinazos del vivir, son la sustancia misma del vivir.
Lo que no deja de ser un buen resumen de la literatura de Ana
Blandiana, al menos tal como la he entendido en estos Proyectos de
pasado: ese pasado, esa historia humana individual que el socialismo se
empeña en aniquilar puede reconstruirse mientras quede en el ser humano una
mínima conciencia de su dignidad, como sucede con los protagonistas del relato
que da título al volumen: robinsones en el Baragán cuya voluntad inquebrantable
habría sido capaz, de no haber sido devueltos inopinadamente a casa, de haber
creado una nueva célula vital en aquel desierto. Steinhardt sabía mucho
de esto, como Armando Valladares, como el cardenal Van Thuan, y
tantos otros. Y es significativo que el volumen se cierre con "La iglesia
fantasma", la historia de esa iglesia a la que unos aldeanos trasladan a
viva fuerza desde su emplazamiento original, ya que no les dejan construir una,
y queda como una presencia misteriosa a través de los siglos. El nombre de la
definitiva tabla de salvación parece claro.
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