Ando estos días buscando referencias que me expliquen por
qué Goethe es un gran escritor, y en concreto por qué el Meister
y las Afinidades son grandes novelas. Algunas películas las he apreciado
sólo después de leer una crítica que más o menos me revelaba su sentido, pero
con la literatura me sucede menos: si no veo una novela, la sigo sin ver
después de los comentarios más o menos sesudos sobre ella (no digamos ya con
obras poéticas, para cuya lectura a menudo me falta tanta gracia como para su
creación). He rescatado del anaquel El misterioso caso alemán de Rosa
Sala Rose, a ver qué pasa, aunque no espero mucho.
En todo caso, he llegado hasta el final del Meister
como un campeón, sin dificultades en la lectura pero sin que me abandonase la
sensación de vacío, cuando no de estar ante una versión ñoña del Cervantes
de las ejemplares. Debe de ser cuestión de eso que llaman la diversidad
cultural.
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Estos días Enrique García-Máiquez se está revelando
como un gran analista político (¡encima!), sin apearse de su tono de ironía
jovial (véase el Trampolink). Algunos necesitamos ese optimismo como el
comer, porque, aunque la resistencia sea más hermosa que la victoria, según al
parecer célebre frase de Jünger, nos puede por momentos la desolación de
comprobar que veinticinco años de LOGSE no salen gratis, que está al caer la
dictadura más estúpida de todos los tiempos, que más pronto que tarde seremos
represaliados por afirmar lo obvio. O sea, que el PSOE cederá a su querencia
guerracivilista y totalitaria. Por eso, gente como Enrique, como Ignacio Ruiz Quintano o como Ignacio Aréchaga son el proverbal bálsamo, el
tópico soplo de aire fresco, con los que uno puede ir a la muerte social con el
espíritu con que Muñoz Seca fue a la muerte física.
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Tétrico estoy, pardiez. Y sin embargo debería agradarme la
perspectiva de formar parte de un reducto humano similar al de los hombres
libro de Bradbury o de los compañeros de represión de Nicolae
Steinhardt, sostenidos unos a otros cual castillo de naipes gracias a su
decisión inquebrantable de mantener esa cultura que nos hace humanos a pesar de
los stalines o los hijos del FRAP. A propósito de Steinhardt, está su
traductora Viorica Patea un poco mosca porque la editorial (Sígueme)
lo distribuye mal o no lo distribuye. Bueno, creo que es una editorial
eclesiástica, y ya se sabe el espíritu de empresa que tiene ese estamento.
Además, no es el típico libro best-seller sino un licor selecto. Le señalo como
consuelo el nombre de algún entusiasta de marca mayor, una vez más el propio Enrique.
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