Ya recuperado de su mano a mano con el salmón, Dicky se
mostraba en plena forma; es decir, atento y encantador. Nunca hasta entonces
había yo entendido tan bien el éxito de Dicky en todo lo que emprendía. Se
dedicó a contar chistes –buenos– y a reírles las anécdotas a sus invitados. Se
esmeró en que todos tuviesen lo que les apetecía, desde licores a habanos, y
hasta se mostró cordial con Daphne [su esposa].
En Len Deighton,
Sedal para espías, capítulo 11.