Desde luego, no esperaba encontrarme con un Bernanos
español, o tal vez sí. Pero la experiencia ha sido decepcionante: es una
historia moralista a lo Balarrasa, con gente que muere con las manos
vacías después de dedicarse a la vidorra padre y gente que acaba
regenerándose gracias al punto de esperanza que queda en ellos, o quizá gracias
a un toque de gracia divina que saben aprovechar, o las dos cosas: este es el
caso de Felipe, el protagonista. Creo que la novela habría ganado bastante si
no llega a aparecer la figura de Cristo en persona, nunca designado como
tal pero reconocido hasta por el lector más limitado. Al fin y al cabo, también
hay en la novela un personaje que parece expiar con su muerte los pecados de
los demás. Eso bastaba para justificar el título.
José María Souvirón reacciona aquí contra el desmadre
de Torremolinos que abrió una vía de agua en la reserva espiritual de
Occidente, en los años 60. Los caídos en esas redes contrastan con los
sensatos, en diálogos correctos que recuerdan, insisto, el cine
bienintencionado español de la época. Maricas y corruptos acaban en la
perdición más absoluta y los buenos reciben con impecable espíritu
cristiano los zarpazos del mal. También son correctas las descripciones de
ambiente, hasta el punto en que uno añora esas travesías en cochazo por las
costas de Málaga. Al final cierras el libro con satisfacción cuando hace tiempo
que has comprendido su limitado alcance. A su nivel, cumple.
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