Interesante conclusión de
Marie-Joseph Le Guillou (
El
rostro del Resucitado) comparando la cuestión de la libertad religiosa,
planteada por el Concilio Vaticano II, y la situación del siglo IV, cuando la
iglesia hubo de "reconocer las exigencias racionales de la fe y descubrir
un lenguaje nuevo, revelado en sus significados y racional en sus
expresiones". El liberalismo decimonónico habría hecho, así, el papel de
los herejes de aquel momento primitivo.
Por supuesto, tanto lo de ha necesitado como lo de siempre
han de tomarse como ejemplo de esa exageración a que el lenguaje humano tiende
de suyo. Pero este fenómeno muestra también cómo Dios continúa, a través de su
Iglesia, con esa admirable virtud de sacar bien del mal.