Un concejal de la oposición le dice a Carmena que está
actuando como la dictadura franquista, al tratar de borrar de la memoria a la
gente que no le es grata. Quizá. Pero también tendría sentido hacerle ver a la
alcaldesa que hay algo peor que ser malo, y es ser encima tonto. La furia
iconoclasta contra el callejero franquista está teniendo el efecto de mostrar
cuánta gente del mundo de la cultura estuvo alineada con aquel bando, a pesar
de todo. Es decir, que hubo más fascistas de lo que nos vienen diciendo
desde hace tiempo. ¿Fascistas? Esa es otra. Esa gente a la que se descubre como
franquista, en su mayor parte, no es tenida como tal por nuestros escolares, a
quienes se les ha dicho sobre ellos de todo menos que eran fachas. Y con
razón hasta cierto punto, porque aquella alineación no fue determinante en la
obra de casi ninguno de ellos.
Me basta tirar de mi experiencia personal: Mihura era
el debelador de tópicos, el que postulaba una vida libre de las ataduras
burguesas y que llamaba Rosario y Sacramento a sus personajes más necios. Jardiel,
el escéptico que se preguntaba si hubo alguna vez once mil vírgenes y hacía al
propio Dios protagonista de una de sus novelas de comicidad disparatada. Ramón
Gómez de la Serna, un anarquista rijosillo que se divertía imaginando mil y
un tipos de senos. Wenceslao Fernández Flórez, otro nihilista para quien
el bien no era más que una debilidad y mostró que el mundo se sostenía gracias
a los pecados capitales. Dalí, el amigo de Buñuel y de Lorca,
coautor con el primero de la irreverente Edad de oro y pintor del Gran
masturbador. Gerardo Diego colaboró como nadie a introducir en
España los vanguardismos poéticos y su único lazo con lo que se entiende por derecha
podía ser su religiosidad personal. Manuel Machado era republicano y
bohemio impenitente. De Cunqueiro sabíamos que era galleguista y
escribió toda su vida en gallego. De Pla, lo mismo pero en catalán...
En suma, hablamos de posturas y actitudes que casan bastante
poco con lo que suele uno relacionar con el imaginario franquista.
Entonces, ¿qué pudo llevar a esas personas a tomar el partido que tomaron
durante la guerra civil? O, formulado de otro modo: ¿Qué fue lo que vieron en
el otro bando? Esa es la pregunta que, sin duda, los munícipes comunistas de
Madrid prefieren esquivar pero cuya actitud sectaria, insisto, hace inevitable
plantearse.
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