Intemperie me ha recordado continuamente a Primera sangre, la novela de David Morrell protagonizada por un tal Rambo.
Alto ahí: por supuesto que Intemperie es mucho más novela, más
literatura. Pero, con todo lo que uno pueda decir contra la superficialidad de
las producciones de Hollywood o de los thrillers de aventuras, saber
aprovechar bien sus recursos es un mérito.
Jesús Carrasco ha depurado su relato hasta el límite,
quitando, como Buonarroti, todo lo que sobra: nombres, lugares, épocas,
y se ha quedado con lo esencial: el hombre en lucha por su dignidad. Y eso sí,
ha aprovechado también hasta el límite los recursos de la lengua: sobrecoge la
cantidad de vocabulario que acumula esta novela, referido sobre todo a la
naturaleza o al mundo rural. Hay quien ha hablado de Delibes, y al
principio me parecía descabellado: nada que ver en tono, ni en argumento. Pero,
si bien lo miras, este chico es, como algunos de los personajes de Delibes,
un justo que expía los pecados de los demás y que parece saberlo en el fondo de
su conciencia, (y de ahí la ausencia de queja).
Lo de Primera sangre venía a cuento de ese continuo
sufrir, por parte del protagonista, una contrariedad tras otra, a cuál más
molesta o dolorosa, que lejos de hundirle parecen hacerle cobrar bravura, como
a los toros de lidia. Uno termina la lectura reventado y disfruta, además, con
toques de spaghetti-western, como el del viejo con la escopeta: "Al
suelo, muchacho", y ¡pum!, el malo patas arriba.
Este chico es, desde luego, más hombre que la mayor parte de
los héroes de la novela contemporánea. Alguien que sabe por qué cosas hay que
luchar hasta el fin y qué otras hay que sufrir sin histerismos.
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