Pierre Bezujov (Guerra y paz) vive una experiencia preagustiniana.
No podía tener un objetivo, porque ahora poseía la fe. No
la fe en determinadas normas o palabras, ni la fe en unas ideas, sino la fe en
un Dios vivo siempre presente. Hasta entonces lo había buscado en los objetivos
que se planteaba, porque aquella búsqueda de un fin no era más que la búsqueda
de Dios. Y de súbito, en el cautiverio, había conocido, sin necesidad de
palabras ni de razonamientos sino por sentimiento directo, lo que su niñera le
había dicho muchos años atrás: Dios está aquí, en todas partes. Pierre había
aprendido que el Dios de Karatáiev era más grande, infinito e inconcebible que
el Arquitecto del Universo reconocido por los masones. Y experimentaba el
sentimiento de un hombre que ha encontrado de pronto bajo sus pies lo que había
buscado durante mucho tiempo, mientras dirigía la vista a lo lejano. Durante su
vida Pierre había mirado a un punto distante por encima de las cabezas de los
hombres que lo rodeaban. Y ahora sabía que no era necesario fijar la vista
allí, sino mirar sencillamente ante sí.
El siguiente paso es encontrarlo dentro de sí, más íntimo a él
que él mismo. Si no lo dio, al menos encontró la paz, después de tanta guerra,
no solo de sangre y fuego.
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