como en el seno de toda filosofía
dialéctica, la persona se diluye en el todo, la clase, el absoluto, o como
quiera llamarse. El alma, la conciencia, no son más que una ilusión, o, como lo
plantea el narrador de Nosotros, de Zamiatin, una enfermedad.
Seguía marcando el paso con ellos, y, sin embargo, estaba
aislado de los demás. Todavía temblaba por el último incidente como un puente
sobre el que acabara de pasar un antiguo ferrocarril. Tenía conciencia de mi
propio "yo". Pero sólo tienen esa conciencia el ojo en que acaba de
entrar una mota de polvo, un dedo lastimado, una muela enferma. El ojo, el dedo
y la muela no existen cuando están sanos. ¿Acaso no es entonces evidente que la
conciencia personal no es más que una enfermedad?
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