El título original de esta novela es Deaf sentence, o sea, "Sentencia de sordera", que, por supuesto, al ser traducido pierde su parecido con sentencia de muerte. El traductor ha hecho lo que ha podido con el resto de juegos de palabras que salpican la obra, como consecuencia de la sordera del protagonista; pero, como no son ni de lejos lo más chispeante del relato, importa poco. Esto es que Desmond Bates, lingüista jubilado, tiene que aprender a convivir con su defecto auditivo, que le causa algún quebradero de cabeza con una doctoranda chiflada y que le supone una lección de humildad en las relaciones con su mujer y con su padre, sordo también ademas de muy anciano. El trato con parientes y amigos completa el cuadro de la existencia de Desmond. Lo interesante es que el defecto físico le conduce a una reflexión sobre la muerte, presente no sólo como especulación sino como realidad: su primera mujer murió de cáncer, el padre morirá también al final de la historia y una visita a Auschwitz marcará profundamente a Desmond coincidiendo casi con ese hecho. El tono grave y el humorístico se compenetran, pues, perfectamente en una obra que presenta una cara amable de la vida, lejos de angustias existenciales y de cinismos. Los personajes enseñan sin pudor sus defectos humanos pero la bondad suele prevalecer. Vulnerable a las fantasías sexuales, Desmond sabe sobreponerse a los acosos de la doctoranda de marras; sometido a la prueba de la enfermedad terminal de la persona querida, puede ceder a la falsa compasión pero no a fáciles frivolidades sobre la eutanasia. La Gracia de algún modo está ahí, luchando por abrirse paso.
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