La tercera persona narrativa se ciñe al punto de vista de
ella: con sus ojos vemos cucarachas, vecinas sangrantes y cuadros con figuras
cambiantes, y con nuestros propios ojos vemos que estamos ante una mujer
desequilibrada, sin que nos lo cuenten otros personajes, que seguramente lo
intuían. Su paranoia, o como se llame técnicamente, la lleva de acongojarse por
el pensamiento de que su marido (novelista) se ha inspirado en ella para un
personaje desagradable hasta la obsesión por creerle un asesino. El final es
hasta cierto punto previsible pero el interés no decae, aunque quizá no haya
para tanto como dicen los de la solapa.
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