14 mayo 2025

Absceso

Pío Baroja publicó este artículo en el Diario de Navarra el 1 de septiembre de 1936. Lo cita el ABC del 24 de junio de 1939, lo que no es que sea mucha garantía, pero le daremos el beneficio de la duda. (Mantengo la puntuación y alguna otra pequeña irregularidad del original).

 

UNA EXPLICACIÓN

Yo no sé si en este momento en que en España no se oye más que el estampido de los cañones y el crepitar de los fusiles y ametralladoras, vale la pena de [sic] que un escritor dé una explicación de sus ideas, que veo que se comentan por ahí sin exactitud.

Yo no soy un escritor sistemático. Mi pensamiento ha sido siempre el intentar ver en lo que es.

Meses antes del advenimiento de la República, a mí me asombraba el que la mayoría de los escritores y profesores de Madrid, Ortega y Gasset, Unamuno, Azorín, Marañón, no vieran que detrás de la República tenía que venir un intento de revolución social y de comunismo, en parte dirigido por los judíos de Moscú.

A mí me parecía un hecho casi matemático. Yo muchas veces dije a los amigos:

--Si la república burguesa viene, o tendrá que ametrallar a la gente de la calle, o tendrá que pactar con ella.

A todos los que decía esto, me achacaban de [sic] pesimista o de reaccionario.

Tanto lo creí así, que el día que se marchó el rey, estuve en la redacción de Ahora con un amigo para saber noticias, y los redactores me dijeron:

--Baroja, estamos de enhorabuena. Ya tenemos la república.

Yo no creía que estábamos de enhorabuena, y se lo dije al director:

--Yo pienso lo contrario de ustedes, le indiqué. Supongo que la República va a ser un desastre, pero como no me parece bien, dimito porque no puedo engañar. Voy a dejar de escribir en el periódico. Así lo hice durante un tiempo.

Al comienzo, Marcelino Domingo, este maestro de escuela pedante, aseguró que iban a imitar a Thiers y a constituir una república conservadora, como Francia después de la guerra del 70. Ni ellos mismos saben lo que han hecho después. Han ido solamente arrastrados por las aguas del río, sin saber a dónde.

Primero había que hacer Cortes Constituyentes. Todos los políticos ansiaban que llegara el momento de brillar, de mostrar su arte de histriones. La gran batalla oratoria terminó con una Constitución ridícula, la número 13 de España. De esa Constitución no se pudo llevar a la práctica absolutamente nada.

La cuestión era lucirse, charlar con luz y taquígrafos, según la medicina de don Antonio Maura.

El parlamentarismo no ha demostrado más, sino que es un buen medio para los arribistas, para los ambiciosos que van a hacer su carrera.

Con la gran batalla política y parlamentaria, vino lo que se llamó el enchufe y vimos a ministros, a subsecretarios y a diputados echándoselas de conquistadores en automóviles charolados, con cupletistas y camareras en restaurantes y cabarets, en una cachupinada continua.

Estos Petronios de escalera de servicio no veían el interés del país sino el éxito, y para obtener el éxito ante el público, cualquier cosa puede venir bien. En España se dice, cuando en las corridas hay muertos y heridos, que hay hule. En un ambiente de sensacionalismo así, es imposible que se haga nada serio. Se dicen las cosas más absurdas. Así un concejal socialista de Madrid ha asegurado que la prehistoria es una ciencia reaccionaria. Lo mismo ha podido decir que la geografía es comunista.

Toda esta algarada parlamentaria la ha jaleado la Prensa, porque para ella las reseñas de los escándalos del Congreso son un ingreso que ocasiona poco gasto.

Después del primer bienio, tuvimos el segundo tan malo como el primero. Fue la lucha entre el león y la serpiente. El león Lerroux y la serpiente Azaña. ¡Qué león! El león era un viejo tonto, vacuo, con unos cuantos lugares comunes en el cerebro. La serpiente, un ateneísta pedantesco, que manejaba unos cuantos tópicos manidos de literatura francesa.

El león acabó como un presidente de un casino de jugadores de ventaja, en un asunto de tahúres, con un reloj que le regaló un judío holandés y una promesa de unas pesetas que no se las dieron.

La serpiente hizo su nido en el Palacio Real y pensó cambiar las decoraciones, para él poco lujosas, y ser algo como el Rey Sol de la República. ¡Pobre gente! Y todo ha estado a la misma altura. El pueblo se ha sentido mixtificado tomando como reales unas bambalinas de cartón.

Las oficinas de la Reforma agraria tenían trescientos o cuatrocientos empleados con sueldo, y para todos ellos, para recorrer España y estudiarla en el terreno, un automóvil Ford. Marcelino Domingo no iba nunca a las sesiones de la Reforma agraria, a la que tenía tanto cariño en público. Quizá tenía que escribir sus magníficos dramas en el ministerio.

Toda esta decoración falsa, toda esta mentira que, si no la ha engendrado la República, le ha dado una vida, hace que la gente, creyéndola una gran cosa, se lance a matar y a morir.

El talento de Azaña y el sentido jurídico de Sánchez Román y la democracia del adiposo judaico Ossorio y Gallardo, que era gobernador de Barcelona cuando se fusilaba obreros, y la austeridad de Largo Caballero, consejero de Estado de R. O. cuando la Dictadura, el republicanismo de Alcalá Zamora, que fue monárquico, y el de Maura, que también lo fue, y el comunismo de Valle-Inclán, que fue carlista; toda esta serie de bolas recalentadas por una Prensa de gente mediocre, forma como absceso y tiene valor para mucha gente del pueblo, que cree que defiende con eso la civilización y el porvenir de España.

Este tumor o este absceso, formado por mentiras, es de desear que lo saje cuanto antes la espada de un militar.