30 diciembre 2024

El espectador III y IV

Estos volúmenes de El espectador corresponden a los años 1921 y 1925 respectivamente. Como de costumbre, partiendo de un motivo que puede ser un paisaje, una persona, un libro o incluso algo tan nimio como el marco de un cuadro, Ortega se lanza a meditar sobre esto y aquello, de modo bastante aventurado la mayor parte de las veces, diría yo. Pero no se lo voy a censurar, por supuesto. Creo que este hombre nunca tuvo problemas en el colegio con las redacciones. A ver, a ver, me vais a hacer una redacción sobre por qué los españoles comemos cocido y los chinos prefieren el sushi: el pequeño Pepito podría escribir cinco folios.

Que todos los libros de Anatole France vienen a ser el mismo (sin que sea malo); que (como expondrá después en La deshumanización del arte) no es el mejor arte el que te lleva a sentir, sino el que admiras por sí mismo; que los Zubiaurre son tres veces sordomudos, por sordomudos, por vascos y por pintores; que el marco sirve para aislar el mundo ficticio del real y que los orientales, al carecer de marco sus cuadros, están renunciando a esa operación de aislamiento; cómo el hecho de que el hombre tenga sentimientos (que carecen de utilidad externa) es la mejor refutación del darwinismo; cómo los ballets rusos nos han devuelto la emoción del espectáculo y cómo lo que decimos sentir ante otros espectáculos u otras figuras nos viene realmente impuesto desde fuera. Esto y bastantes más cosas se atreve a diagnosticar este que en sus nochebuenas debía de ser el cuñado por antonomasia. Eso sí, da gusto leerle. Un pelín afectado se me ha antojado esta vez, pero bueno.

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