De una de esas culturas toma C. S. Lewis, en La abolición
del hombre, el término Tao para
denominar, lo más abreviadamente posible, supongo, a esa ley natural o a algo
más extenso que puede incluir el sentido común, la recta razón… En este
sentido,
lo que pretenden los nuevos sistemas o (como ahora se llaman)
“ideologías”, consisten en aspectos del propio Tao, tergiversados y sacados de
contexto y, posteriormente, sublimados hasta la locura en su aislamiento, aun
debiendo al Tao, y solo a él, la validez que poseen,
lo que sigue haciéndolas atractivas, a pesar de todo, para
una buena masa de gente. Por eso,
la rebelión de las nuevas ideologías contra el Tao es la rebelión de
las ramas contra el árbol: si los rebeldes pudieran vencer se encontrarían con
que se han destruido a sí mismos.
¿Estamos hoy en la batalla final, en que el hombre
occidental va a ser exterminado por la locura de estas ramas rebeldes, o va a
resurgir de la mano de alguna reacción inesperada? En todo caso, no me digan
que no hay profetas.
Se ha trabajado mucho, en los últimos tiempos, por
desarraigar en los hombres esos principios que, como reconocía el Nuevo
Testamento, están inscritos en el corazón de los paganos. Por eso, no sé hasta
qué punto se puede sostener hoy lo que dice Lewis acerca de que el Tao es inatacable desde fuera y que, por
tanto,
siempre que se desafía a un precepto de la moral tradicional a mostrar
su validez como si recayera sobre él el peso de la prueba, habremos elegido la
postura errónea.
Es preciso, quizá, mostrar que el peso de la prueba recae
sobre ellos, pero también ha llegado
el momento en que, como decía GKC,
hay que coger la espada (de la dialéctica, de momento) para defender que el
pasto es verde. Y que el pasto es verde quiere decir que tenemos una naturaleza
que no nos hemos dado, y que decir que uno es un rododendro cuando es una
persona, no es más que un deseo desquiciado que se vuelve contra él:
Cuando todo el que dice “Es bueno” es menospreciado, prevalece el que
dice “Yo quiero”,
para desgracia suya y de toda la humanidad. Por eso, la
disyuntiva es clara:
somos espíritus racionales obligados a obedecer por siempre los valores
absolutos del Tao, o bien somos mera materia a amasar y moldear según las
apetencias de los amos, quienes, por hipótesis, no tienen otro motivo que sus
impulsos “naturales”.
C. S. Lewis
termina La abolición del hombre con
un apéndice formado por citas de autores pertenecientes a diversas culturas que
enuncian ad su modo distintos principios del Tao. Me voy a quedar con esto de Cicerón:
La naturaleza y la razón mandan que nada de mal gusto, nada afeminado,
nada lascivo sea hecho o pensado (De officiis, I.IV)
__