01 mayo 2023

La abolición del hombre

Lo que llamamos “ley natural” halla su formulación en casi todas las culturas, normalmente formando un todo con la religión y, a veces, con diferencias debidas a los intereses de la sociedad, que a veces se alejan de esa ley para cruzar el límite de la dignidad humana, como es el caso de la esclavitud, tan mimada incluso, ay, en sociedades cristianas.

De una de esas culturas toma C. S. Lewis, en La abolición del hombre, el término Tao para denominar, lo más abreviadamente posible, supongo, a esa ley natural o a algo más extenso que puede incluir el sentido común, la recta razón… En este sentido,

lo que pretenden los nuevos sistemas o (como ahora se llaman) “ideologías”, consisten en aspectos del propio Tao, tergiversados y sacados de contexto y, posteriormente, sublimados hasta la locura en su aislamiento, aun debiendo al Tao, y solo a él, la validez que poseen,

lo que sigue haciéndolas atractivas, a pesar de todo, para una buena masa de gente. Por eso,

la rebelión de las nuevas ideologías contra el Tao es la rebelión de las ramas contra el árbol: si los rebeldes pudieran vencer se encontrarían con que se han destruido a sí mismos.

¿Estamos hoy en la batalla final, en que el hombre occidental va a ser exterminado por la locura de estas ramas rebeldes, o va a resurgir de la mano de alguna reacción inesperada? En todo caso, no me digan que no hay profetas.

Se ha trabajado mucho, en los últimos tiempos, por desarraigar en los hombres esos principios que, como reconocía el Nuevo Testamento, están inscritos en el corazón de los paganos. Por eso, no sé hasta qué punto se puede sostener hoy lo que dice Lewis acerca de que el Tao es inatacable desde fuera y que, por tanto,

siempre que se desafía a un precepto de la moral tradicional a mostrar su validez como si recayera sobre él el peso de la prueba, habremos elegido la postura errónea.

Es preciso, quizá, mostrar que el peso de la prueba recae sobre ellos, pero también ha llegado el momento en que, como decía GKC, hay que coger la espada (de la dialéctica, de momento) para defender que el pasto es verde. Y que el pasto es verde quiere decir que tenemos una naturaleza que no nos hemos dado, y que decir que uno es un rododendro cuando es una persona, no es más que un deseo desquiciado que se vuelve contra él:

Cuando todo el que dice “Es bueno” es menospreciado, prevalece el que dice “Yo quiero”,

para desgracia suya y de toda la humanidad. Por eso, la disyuntiva es clara:

somos espíritus racionales obligados a obedecer por siempre los valores absolutos del Tao, o bien somos mera materia a amasar y moldear según las apetencias de los amos, quienes, por hipótesis, no tienen otro motivo que sus impulsos “naturales”.

C. S. Lewis termina La abolición del hombre con un apéndice formado por citas de autores pertenecientes a diversas culturas que enuncian ad su modo distintos principios del Tao. Me voy a quedar con esto de Cicerón:

La naturaleza y la razón mandan que nada de mal gusto, nada afeminado, nada lascivo sea hecho o pensado (De officiis, I.IV)

__