El padre Santiago Martín no quiere meterse con las madres sinodales: la Iglesia se renueva sin cesar y siempre que ha introducido alguna innovación ha habido gente que se ha echado las manos a la cabeza y que dónde vamos a ir a parar. Pero esto de meter laicos y laicas en los sínodos no cruza la frontera de lo que es de fe o lo que es de moral, y vamos, que no pasa nada.
Tal vez.
Pasar, no. De hecho, supongo que los laicos y laicas que
tengan voz y voto en los sínodos tendrán una formación teológica y moral acorde
con su responsabilidad. Pero me queda otra… Esos avances que el padre Santiago enumera (creación del
diaconado, del monacato, de las órdenes mendicantes… y tantas otras cosas de
menor relieve) han respondido a necesidades reales de la Iglesia. Pero de esto,
¿había realmente necesidad? ¿Va más allá de una concesión al mundo (en el mal
sentido) que presiona por un igualitarismo estéril, cuando no venenoso, y habla
de una incorporación de la mujer a la Iglesia como si se tratase de un nuevo
sufragismo?
No me voy a echar las manos a la cabeza. Pero tampoco puedo
decir que me resulte simpático, de entrada.