23 diciembre 2022

El misterio de la caridad de Juana de Arco

Es este una especie de poema dramático donde una Juana aún no investida de su misión dialoga con diferentes interlocutores acerca de cuestiones relacionadas con lo que indica el título, es decir, la virtud capital del cristianismo. De esas cuestiones, me parece, dos son las más relevantes, también en extensión. La primera, acerca de la licitud de rezar o de preocuparse por las almas de los condenados. Juana se siente impelida a ello por más que su interlocutora le insista en la buena doctrina según la cual ya los condenados han hecho su elección definitiva y es ociosa toda solicitud por ellos. La segunda, lo que podríamos llamar el misterio de la huida de los apóstoles. “Yo nunca le abandonaría”, insiste Juana una y otra vez, mientras que, una vez más, la otra voz la insta a no hacer un Simón Pedro, como hoy se diría, recordando de mil modos lo que es, también, buena doctrina, es decir, que somos capaces, naturaleza caída, de lo más abyecto. Se diría, pues, un enfrentamiento entre la virtud desbordada y la razón teológica, el impulso del corazón metido en cintura por la recta inteligencia de la verdad revelada.

Desde el punto de vista formal, lo que más sorprende en esta obra es el estilo repetitivo, insistente, que recuerda mucho al Evangelio según san Juan, con esas ideas que se repiten una y otra vez con matices o con variantes, como en una maniobra envolvente para acabar atrapando la verdad.

A raíz de su lectura, volví a escuchar el programa de José Javier Esparza dedicado a Charles Péguy, de su serie Disidentes. Y tendré que revisitar al autor con alguna otra obra.

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