Pues es que el protagonista es asesinado al llegar a su casa
e inmediatamente lo tenemos reducido a su alma en pena, pero “viendo” y
“oyendo” todo lo que sucede alrededor de su asesinato. De hecho, es consciente
de que su pena va a consistir en penetrar las mentes de sus parientes y amigos
y darse cuenta de todo lo que hay de sucio en ellas, al tiempo que contempla la
resolución de su caso. Don Torcuato es explícito al dar, por boca del difunto,
pelos y señales sobre la suerte de las ánimas del purgatorio, y de ahí lo de la
catequesis: el muerto sabe que está destinado a la gloria y eso le quita toda
tristeza pero siente que debe purificarse antes de acceder a la visión de Dios,
lo que hace de buena gana. A la vez, es capaz de sugerir actitudes a aquellos
con los que se relacionó en vida, sin que estos sean conscientes de que son
movidos por una presencia espiritual.
Creo que el personaje más atractivo de la novela es la
detective que se encarga de su caso, a la que él ya había conocido en vida,
cuando le encargó que le facilitara visitas a su hija natural, que le había
vedado su padre adoptivo. La resolución de uno y otro caso revela un talento
fuera de lo común pero en los límites de lo real. Alguna situación límite roza
lo inverosímil, pero en qué novela policíaca no pasa eso.
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