Por supuesto, Grelot
trata de aclarar los datos de supuesta misoginia que pueden deducirse tanto del
Antiguo como del Nuevo Testamento. En el caso de la simbología, hay que
recordar que la mujer representa la situación de la humanidad frente a Cristo,
caída y redimida. En lo que se refiere a las normas de vida práctica, el autor
deja bastante claro qué cosas forman parte del derecho civil de la época romana
y de las costumbres de Israel y cuáles responden a la visión cristiana del
hombre. Como Pablo no vino a hacer
una revolución, respeta esas normas del derecho vigente en lo que estas son
compatibles con la dignidad humana: el vestido, los usos sobre el matrimonio,
las funciones respectivas en la asamblea litúrgica… La visión cristiana del
hombre, sin embargo, pone en pie de igualdad a hombre y mujer como a “judío y
griego” y “libre y esclavo”, pero afirmando su diferencia, pues “hombre y mujer
los creó” Dios en el principio.
Termina el libro con un apartado sobre los ministerios en la
Iglesia y la famosa cuestión de las “diaconisas”. No entra en la cuestión de si
deberían acceder las mujeres al primer grado del orden sacerdotal, pero deja
claro que, si bien “las mujeres participaron activamente en la vida de las
iglesias” y “cooperaron notablemente al servicio de la palabra evangélica”, “no
tuvieron acceso a las funciones ministeriales de presbiterado y episcopado, de
pastoría y de `presidencia´”. Mantenerlo así es cuestión de
fidelidad a la tradición apostólica.
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