28 mayo 2021

Musgos de una vieja rectoría

Estos relatos no son “siniestros” salvo en una leve proporción; sí fantásticos, pues tienden a la alegoría; en más de uno nos encontramos con ese desfile de personajes-tipo al estilo del Criticón gracianesco, salvo que aquí a veces es difícil identificar un correlato en la actualidad. Lo siniestro está presente en “La marca de nacimiento”, en forma de obsesión malsana; tal vez en “Feathertop”, el espantapájaros que cobra vida gracias a su fabricante la bruja, una especie de Gepetto femenino, aunque realmente predomina la sátira de las vanidades; tiene algo de inquietante “El artista de lo bello”, sobre el relojero que busca “espiritualizar la máquina”; y, desde luego, es inquietante “La hija de Rappaccini”, la que se alimenta de veneno, la del aliento venenoso, ese diablo disfrazado de bella inocente. La alegoría es palmaria, ya desde el título, en “El egoísmo, o la serpiente en el pecho”; y lo moral prevalece en un título como “el entierro de Roger Malvin”, sobre el tipo que ha de purgar la ruptura de su promesa de enterrar al amigo muerto en la guerra.

Desfile de tipos, dijimos: sí, y en realidad la mayoría de los cuentos de Hawthorne responden al esquema de “parada de los monstruos”: monstruos que pueden ser los seres desgraciados de “El banquete de Navidad”, los productos del alma humana en “El holocausto de la tierra” y en “Los nuevos Adán y Eva”, los clientes del demonio en “El joven Goodman Brown” o los poetas muertos en “La correspondencia de P.” Unos desfiles, con frecuencia fatigosos, que nos muestran la cara “siniestra”, sí, del ser humano, por acumulación de miserias. Cada uno podría ser un infierno.

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