06 enero 2019

Cinco sombras


El viejo enseña el piso a los interesados; un piso vetusto, de apariencia casi gótica, en el sentido popular del término. Y los interesados en el piso acaban interesándose también en la larga historia que les cuenta el viejo, acerca de los antiguos habitantes del lugar. Cinco hermanas y un costurero de cinco lados. Cinco jóvenes virtuosas viviendo una vida más bien fantasmal, cuyas inquietudes, vagas esperanzas, aprensiones, son confesadas solo a medias al narrador, el amigo de su padre, que alegra sus vidas hasta el punto en que pueden, o quieren, ser alegradas. Las cinco se sostienen mutuamente, pero no carece cada cual de su propia personalidad, que se va revelando a medida que avanza el relato. Rompen la monotonía primero el matrimonio y luego la muerte, con tormentas que no afloran a la superficie y se diría son la causa de las dolencias que las van llevando, una a una, a la tumba.

Eulalia Galvarriato fue finalista del Nadal en 1947 con esta novela. La verdad es que se salva de la ñoñez por la calidad de la escritura y, concomitantemente, por lo que de la interioridad de estas jóvenes queda solo sugerido, como en una media luz. A veces piensas en una Casa de Bernarda Alba donde la madre es sustituida por un padre que no grita y donde las niñas tampoco levantan la voz, contenidas en un savoir faire y en un saber sentir, por así decirlo, en que el amor fraternal hace imposible toda tragedia, de modo que nos quedamos en un drama silencioso, cuajado de preguntas.


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