A Fabrice Hadjadj le gusta (y
hace bien) recordar que las más sublimes realidades humanas nacen
del hecho sexual. En él tiene su fundamento la familia y por eso no
puede ser tratado como sinónimo de pecado ni como un juguete para el
cachondeo. Esta recuperación de la sexualidad como base de lo humano
en su sentido más profundo es lo que anima este conjunto de
conferencias publicadas con el subtítulo de La trascendencia en
paños menores (y otras consideraciones ultrasexistas). Hay que
ser ultrasexista, en efecto, recogiendo el guante de quien ha
inventado ese palabro, sexista, calcándolo del muy peyorativo
racista en el sentido de postular la superioridad de una raza,
o de un sexo, sobre otro. Hay que ser sexista, pero en el sentido de
ser conscientes de la importancia de los sexos (La profundidad de
los sexos es otro de los títulos de Hadjadj), hoy puestos
en cuestión mediante la deconstrucción llevada a cabo por los
predicadores lgbti y demás:
Si bajo los ojos y miro al centro de
mi cuerpo, ¿qué contemplo? Mi ombligo. Ahora bien, ¿qué es mi
ombligo? El signo de que no estoy hecho por mí mismo, sino de que
procedo de otras personas... Y si los bajo un poco más, ¿qué
descubro? Mi sexo... Ahora bien, ¿qué es mi sexo? El signo de que
no estoy hecho para mí mismo, sino que, en mi misma carne, tiendo,
voy hacia otros.
Esto es difícilmente discutible y
Hadjadj no pretende la marginación o la represión de
aquellos que se consideran homosexuales y no tienen la intención de
cambiar (sus admirados Proust, Wolf o Bacon),
pero los respeta en su alteridad y su rebeldía y no en su pretensión
de una normalidad que, aunque se consiga, nunca será natural.
Sucede que incluso la inteligencia
humana es apertura al otro o a los otros, y por eso las máquinas
nunca serán inteligentes, o no lo serán al modo humano. Son
divertidas las consideraciones que hace tomando como base la
homonimia, en francés, entre tableta y mesa, para
oponer la mesa familiar a la invasión de la mente por la pantalla.
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