Federico conoce la labor educativa que
está llevando a cabo don Pino, su profesor de religión, en el
barrio marginal de Brancaccio, en Palermo; y un día decide que no
irá a Inglaterra en verano, sino que se quedará en la ciudad para
cooperar con el sacerdote. El “poeta” descubre que puede llenar
la poesía de sustancia vital y que su ciudad, la “todo puerto”,
que ha conocido demasiado infierno, es un buen escenario para ir
haciendo sitio al cielo. Cosa que implica golpes de los de verdad, e
incomodidades incluso con la propia familia. Don Pino llegará a su
personal final feliz, y Federico se queda en el campo de batalla,
donde ya ha empezado a recibir satisfacciones en forma de ilusiones
infantiles y de almas que empiezan a comprender que hay un camino
fuera de la senda marcada por los príncipes de aquel mundo.
Don Pino Puglisi existió realmente, y
desde luego un tipo como él se merece una novela, una película, una
estatua e incluso un poema épico. Alessandro d´Avenia, que
le conoció personalmente y que tal vez se retrate en parte en
Federico, le hace aquí su personal homenaje. Don Pino es, en efecto,
el auténtico protagonista, y d´Avenia consigue meternos de
lleno en el ambiente opresivo de un barrio dominado por la mafia, con
niños y jóvenes abocados a la delincuencia y la prostitución. No
menos palpable es la índole de la esperanza que anima a don Pino, un
Cristo que pasó por allí para bien de muchos. Por eso se le pueden
perdonar al autor los excesos líricos y los toques de melodrama, y
ese colorante que es la historia de amor. Las frecuentes panorámicas
del mar y del cielo palermitanos cumplen su función de evocar el
bien, el amor, la gracia, aquello que “el infierno no es”.
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