07 noviembre 2018

Lo que el infierno no es


Federico conoce la labor educativa que está llevando a cabo don Pino, su profesor de religión, en el barrio marginal de Brancaccio, en Palermo; y un día decide que no irá a Inglaterra en verano, sino que se quedará en la ciudad para cooperar con el sacerdote. El “poeta” descubre que puede llenar la poesía de sustancia vital y que su ciudad, la “todo puerto”, que ha conocido demasiado infierno, es un buen escenario para ir haciendo sitio al cielo. Cosa que implica golpes de los de verdad, e incomodidades incluso con la propia familia. Don Pino llegará a su personal final feliz, y Federico se queda en el campo de batalla, donde ya ha empezado a recibir satisfacciones en forma de ilusiones infantiles y de almas que empiezan a comprender que hay un camino fuera de la senda marcada por los príncipes de aquel mundo.

Don Pino Puglisi existió realmente, y desde luego un tipo como él se merece una novela, una película, una estatua e incluso un poema épico. Alessandro d´Avenia, que le conoció personalmente y que tal vez se retrate en parte en Federico, le hace aquí su personal homenaje. Don Pino es, en efecto, el auténtico protagonista, y d´Avenia consigue meternos de lleno en el ambiente opresivo de un barrio dominado por la mafia, con niños y jóvenes abocados a la delincuencia y la prostitución. No menos palpable es la índole de la esperanza que anima a don Pino, un Cristo que pasó por allí para bien de muchos. Por eso se le pueden perdonar al autor los excesos líricos y los toques de melodrama, y ese colorante que es la historia de amor. Las frecuentes panorámicas del mar y del cielo palermitanos cumplen su función de evocar el bien, el amor, la gracia, aquello que “el infierno no es”.

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