El
nuevo gobierno de España quiere penalizar la apología del franquismo, y, con
toda razón, claman al cielo los que sin ser franquistas estiman la libertad.
Pero lo cierto es que tal penalización encuentra el campo abonado. A Franco y a su régimen no se les ha dado
tregua desde que murió el titular, tanto por proclamación de sus vicios como
por ocultación de sus virtudes. A derecha y a izquierda, desde hace muchos
años, no se nombra a Franco sino
para condenarlo, que es lo que el gobierno pretende ahora que se haga por ley.
Si el franquismo tuvo virtudes, si el socialismo tiene un pasado tan execrable
como el que pretenden atribuir al otro, ¿por qué eso se ha ocultado celosamente
durante tanto tiempo? Lo que ahora se quiere imponer por decreto, hace mucho que
existía por la vía de los hechos.
Un
ejemplo de ayer: en la Tertulia de sabios
que mantiene semanalmente Luis Herrero en
Es Radio se habla de que la situación intelectual de las clases bajas en España
era parecida en el siglo XVII y en torno a 1930. Un crítico bastante
independiente como Fernando Rodríguez
Lafuente añade que, de hecho, el analfabetismo en España no se erradicó
prácticamente hasta la UCD. Como es difícil que en cinco años se planifiquen y
se pongan en marcha todas las medidas necesarias para dicha erradicación, habrá
que concluir que esa batalla se había dado y se había ganado mucho antes. Pero
nadie dijo nada en ese sentido, ni Luis
Herrero ni Luis Alberto de Cuenca,
que eran los otros contertulios. Como ejemplo aislado no vale mucho, pero es
sólo la muestra más reciente de un fenómeno que, insisto, hemos visto de modo
cotidiano en esos sectores ideológicos que en el 36 se alinearon decididamente
con la causa que capitaneó Franco. Les
han entregado en bandeja la ley liberticida a quienes no tienen otro medio para
hacerse pasar por los buenos, los listos y los guapos.