Aunque hay trama, esta novela es más
que nada un reportaje sobre la vida rural en Montana, en concreto en
los años 30. Bueno, rural es casi toda la vida en Montana, ya que se
trata de un estado que es casi todo bosque. Guardabosques es el padre
de la familia protagonista; su hijo menor, que es el narrador, como
suele decirse, despierta a la vida, y el otro ha decidido su camino
en ella, un camino que no pasa por la universidad, lo cual es el
origen del leve conflicto que se plantea. Leve para nosotros los
lectores, claro.
Vemos cómo es la vida diaria, en
verano por supuesto, de un guardabosques, y nos hacemos cargo también
de cómo son otras actividades propias de aquel lugar, pues Jick (el
chico menor) pasa unos días como vivandero, ayudando a un tal
Stanley que tiene su papel emocional en la historia; le vemos también
cavando una letrina y hay por ahí pastores de ovejas, animadores de
rodeo y otras especies.
Es una existencia sencilla, con la
dureza que se le supone, aunque los personajes se quejan lo justo. Y
respecto a eso, durante la lectura me he preguntado qué novelista
español podría compararse a este Ivan Doig, alguien que nos
mostrase los trabajos y los días en el entorno rural de cualquier
provincia sin que los personajes actúen como si les debieran algo. Y
no lo encuentro, a no ser que me remonte a Pereda y su
Montaña. A Ivan Doig se le lee al menos con la misma
gratitud, o más, ya que el estilo es más cercano a nuestra
sensibilidad, como suele decirse, y a pesar de la mayor lejanía de
sus escenarios.
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