Tanto las leyes sobre la violencia de género como los
delitos de odio no son más que un reverdecer de las cazas de brujas. Es
juzgar intenciones: lo hizo por ser bruja, lo hizo por machismo, lo hizo por
odio a los...
Según María Elvira Roca Barea, cuando se produjo un
caso de histeria colectiva por brujería en la Navarra de 1610, se envió allá al
inquisidor Alonso de Salazar, el cual concluyó: “No hubo brujos ni
embrujados hasta que se empezó a hablar de ellos”. Con muy buen sentido (son
palabras de la autora), “Salazar sostenía que el aspecto demoníaco de los
hechos era irrelevante y que lo que había que juzgar eran los mismos hechos. Si
alguien le tira un tiesto al prójimo y le abre la cabeza, este es el hecho
positivo que hay que considerar. Si el autor o la víctima creen que esto ha
sucedido por alguna intervención del demonio, el inquisidor no puede entrar a
juzgar lo que uno u otro crea, sino el hecho en sí”. Y habla el instructor:
“Búsquese siempre en los hechos cuerpo manifiesto de delito conforme a derecho
y no se vaya a probar caso, muerte ni daño que no ha acontecido”
Pongan homofobia o machismo en lugar de intervención
del demonio, e ideologías en lugar de histeria colectiva. Si los juristas
de hogaño estuvieran a la altura de aquellos inquisidores, nos evitaríamos
arbitrariedades que desdicen de un estado que presume de ser de derecho.