Esta novela es la mejor relatio postsinodal que uno
podría desear, al menos teniendo en cuenta los términos en que los medios han
ido reflejando el acontecimiento; y es curioso que me haya sido dado leerla en
coincidencia con él. Aquí hay unas familias, hay miserias y hay perdón.
Miserias que aparecen como tales y perdón que no sale solo ni es decir que lo
negro es blanco. Y, por encima de todo, la mirada amable de la narradora, sin
desgarros, al estilo cervantino. Tal vez tenga razón Vicente Trelles
(Aceprensa, solo para suscriptores) cuando dice que para estos personajes "la fe no es un motivo de consuelo
sino de sufrimiento en la medida en que censura sus comportamientos tantas
veces desordenados". Pero es la fe en la forma en que la entiende Gretta,
la madre, como un conjunto de cosas que hay que hacer y que hay que evitar.
Para eso no era necesaria la encarnación del Hijo de Dios. ¿Quiere decir eso
que hay que hacer mangas y capirotes de dichas normas? Absit!, que diría
san Pablo. Pero es que hay algo más que eso, en Gretta como en los demás: de
hecho, es difícil no pensar que es esa fe, por oculta que se halle, la que
lleva a un hombre a cuidar en la enfermedad al hermano que le adornó la cabeza
el mismo día de su boda, o a una mujer con más hombres que la Samaritana a
aceptar al bebé que viene cuando el padre y la madre se hallan en la peor
situación imaginable para criarlo. Esa recepción de la vida (con el añadido de
otra vida que se recupera: ¡oh, ese exquisito final!) aparece casi como la
recompensa del perdón, y todo eso es más importante que la difícil solución de
la situación de Robert y Gretta, y de Mónica y Peter, desde un punto de vista,
digamos, canónico. En definitiva, yo atribuiría a esta novela una frase que me
acabo de encontrar también en Aceprensa: "La misericordia es la respuesta de
Dios al poder destructivo del pecado, no su banalización".
Por
cierto, la autora es Maggie O´Farrell. Es el tipo de novela que hay que
considerar en su conjunto, porque a ratos puede resultar, si no anodina, del
montoncillo. Es de esos casos en que te felicitas de haber tenido paciencia.
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