Un crítico decía de la película El gran Gatsby:
"una sesión de fuegos artificiales de excesiva duración". Es
justamente como yo definiría La historia interminable. La
imaginación de Michael Ende es desbordante y uno se halla diciendo ¡oh!,
¡oh!, una y otra vez ante criaturas como Igramul el múltiple o Graograman, la
muerte multicolor, y ante lugares como el desierto de colores o el monasterio
de las estrellas. Pero a partir de un momento dado, y sin que cese la
admiración, el paladar empieza a sentir empalago. Así que es fácil hacer
guasitas con el título.
Y, sin embargo, la imaginación es la gran baza de un libro
cuyos planteamientos no tienen nada de original: un niño tímido y acosado
(como hoy se diría) por sus compañeros de colegio se refugia en los cuentos
fantásticos y un buen día empieza a vivir esa aventura que siempre soñó, una
aventura que a veces se presenta como alegoría del mundo: Bastian comprendió,
dice el narrador en un momento dado, que no sólo Fantasía estaba enferma, sino
también el mundo real. Ambos interaccionan a lo largo de la novela y el
protagonista acaba transformado moralmente por su aventura.
Como de costumbre, el cine vino a suplir a la imaginación.
Por lo poco que he visto, creo que lo hizo bastante bien.