Será involuntario, pero este es uno de los peores libros en
que uno pueda pensar como propaganda de los hombres que hicieron la Segunda
República. Todos se muestran patéticamente afanados en "aver juntamiento
con fembra placentera" y, en tanto lo consiguen, se entretienen con
conspiraciones que, como bien sabemos, no cuajaron hasta que el rey y sus
partidarios les entregaron el mando, comidos por no se sabe qué complejos.
La calle de Valverde se desarrolla, en efecto, en los
años de la dictadura primorriverista, y es una novela coral centrada en varios
jóvenes aspirantes a artistas o a profesionales liberales, de eso que se ha
dado en llamar ideas avanzadas. Al principio se diría una novela de Galdós
escrita por Valle-Inclán, y por cierto que el propio don Ramón
aparece como figurante en varias escenas, como testimonio poco velado de
admiración por parte del autor; luego vemos que la historia de vecindad se abre
a diversas perspectivas y la original técnica narrativa de Max Aub acaba
dándole personalidad propia.
Es esta manera de contar, que resucita el conceptismo
quevediano o gracianesco a base de elipsis audaces, de retruécanos y de una
creatividad que aprovecha ingeniosamente el léxico castizo de la época, junto a
recursos de tipo cinematográfico, lo que da valor a la historia de estos tipos
mezquinos: uno comprende que, si la realidad se correspondía con la ficción, la
república derivara en lo que derivó. Cuando hubo que demostrar lo que uno valía como ser
humano, es decir, en guerra abierta, sólo podía haber un vencedor.
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