10 junio 2013

La calle de Valverde


Será involuntario, pero este es uno de los peores libros en que uno pueda pensar como propaganda de los hombres que hicieron la Segunda República. Todos se muestran patéticamente afanados en "aver juntamiento con fembra placentera" y, en tanto lo consiguen, se entretienen con conspiraciones que, como bien sabemos, no cuajaron hasta que el rey y sus partidarios les entregaron el mando, comidos por no se sabe qué complejos.

La calle de Valverde se desarrolla, en efecto, en los años de la dictadura primorriverista, y es una novela coral centrada en varios jóvenes aspirantes a artistas o a profesionales liberales, de eso que se ha dado en llamar ideas avanzadas. Al principio se diría una novela de Galdós escrita por Valle-Inclán, y por cierto que el propio don Ramón aparece como figurante en varias escenas, como testimonio poco velado de admiración por parte del autor; luego vemos que la historia de vecindad se abre a diversas perspectivas y la original técnica narrativa de Max Aub acaba dándole personalidad propia.


Es esta manera de contar, que resucita el conceptismo quevediano o gracianesco a base de elipsis audaces, de retruécanos y de una creatividad que aprovecha ingeniosamente el léxico castizo de la época, junto a recursos de tipo cinematográfico, lo que da valor a la historia de estos tipos mezquinos: uno comprende que, si la realidad se correspondía con la ficción, la república derivara en lo que derivó. Cuando hubo que demostrar lo que uno valía como ser humano, es decir, en guerra abierta, sólo podía haber un vencedor. 

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