Como historia de la Inquisición, este es un libro tal vez
prescindible: más bien sumario y poco estructurado, o al menos esa es la
impresión que me da. Sin embargo, tal vez sea uno de los pocos que se plantea
desde dentro de la fe cómo fue posible la existencia de algo tan aparentemente
incompatible con un credo de caridad y misericordia. En este sentido, los
primeros capítulos, aunque aparentemente superfluos, son decisivos. Tras su
lectura, en efecto, nos damos cuenta de lo que significaba la herejía en una
sociedad que tenía en la salvación eterna su objetivo vital; una sociedad que
se identificaba con una Iglesia donde la infidelidad era el peor de los males.
El autor* nos pone también delante de los ojos el conflicto
que se planteó a Iglesia (al Estado, menos) durante toda la vigencia del
tribunal inquisitorial: cómo conciliar la necesaria libertad que implica el
acto de fe con la obligación de preservar a los fieles de las doctrinas
disolventes (y por tanto fatales, no lo olvidemos). Por lo general se hallaban
de acuerdo en que el punto de partida era lo de san Pablo: amonestación
privada, amonestación pública y, en último caso, excomunión. Fue la
consideración del daño que el hereje podía causar a la comunidad lo que llevó a
plantearse la existencia de un tribunal con efectos civiles. El mismo Carlos I,
en Yuste, donde se preparaba a bien morir, dejaba fe de su arrepentimiento por
no haber quemado a Lutero.
En otros puntos insiste el autor: que la Inquisición nunca
se planteó la conversión forzosa de judíos o moros, sino la de los herejes,
que, al fin y al cabo, estaban obligados por las promesas del bautismo; y que
su entidad como órgano represivo es mucho más relativa de lo que por lo general
se cree, sobre todo en lo que se refiere al uso del tormento, generalizado por
entonces y que el Santo Oficio fue el primero en retirar, mucho antes de su
abolición definitiva.
*José Carlos Martín de la Hoz. Ed. Homo Legens
__
__