28 septiembre 2011

El manuscrito sellado


Lo de este hombre empieza a causarme bostezos. Me recuerda a las películas de José Luis Garci, tan bonitas, con su melancolía y tal, y en el fondo tan poca chicha. Si al menos Prieto no me diera esos sustos de vez en cuando, inclinando la cabeza ante las conquistas en materia sexual... Trato de entenderlo como una ironía, que vendría sumada a otras críticas al mundo contemporáneo, pero no me quedo convencido.

En esta ocasión estamos ante un tipo, don Celedonio, historiador, que quiere jugar al Decamerón reuniendo en el parador de Zafra a una serie de individuos con el fin de que revelen su rollo, se entreguen a una suerte de confesión, que vendría a quedar para la posteridad como un testimonio de la pervivencia de la palabra en un mundo que no hace más que repetir consignas al dictado. El narrador ejercerá de cronista y en calidad de tal dialogará ccon Marcelo, Ignacio, Marta y... Antígona; sí, la de Sófocles, pues Prieto, en uno de sus arranques de audacia, de temeridad literaria quizá, convierte a la heroína griega en personaje en eterno retorno. Esos diálogos, como de costumbre en nuestro autor, son de un delicioso lirismo, equiparable a las parrafadas del narrador, y llenos de referencias culturales. Los temas no varían: el tiempo, la memoria, la palabra, y sobre todo el amor: razones de amor, cargadas de cultura y lastradas de superficialidad ovidiana. Y críticas, que saltan aquí y allá por sorpresa, al botellón, a la manipulación de la historia...

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