26 septiembre 2011

Para leer en precampaña


El progreso burgués fue algo muy real y de sus obras, aun descontando expoliaciones y rapiñas, viven aún muchos paises del hoy llamado Tercer Mundo. Pero el gran motor de ese progreso fue la revolución industrial, y la revolución industrial desencadenó un proceso social que vino a deteriorar la vida de la urbe, el estilo y el tono de la vida urbana, la urbanidad. Y es que por obra de la revolución industrial la urbe fue transformándose en megalópolis y el progresismo se desplazó de los barrios altos a los barrios bajos; dejó de ser burgués y se hizo proletario. La cantidad se impuso a la calidad; la razón de las minoría sucumbía frente a la fuerza de las mayorías y el reino de la necesidad se anteponía al de la libertad. La mitad equina del centauro no estaba ya en el campo, sino en la propia ciudad, en los subirbios industriales de la megalópolis. El irracionalismo de tracción animal era sustituido por el irracionalismo de tracción mecánica. ¿Qué podía el libro frente a la máquina, el hombre frente a la masa, la razón frente al número? ¿Qué diálogo cabe entre la urbe y el suburbio, a menos que los pedagogos se conviertieran en demagogos? ¿Qué diálogo? Pues el de la acción política, el de la campaña electoral, en la que el mezzo uomo tiene que disfrazarse con piel de asno para ser oído por la mezzo bestia. Ese disfraz destruyó a las minorías rectoras. Las minorías selectas que pretendían educar a los hombres eran sustituidas por las minorías abyectas que pretendían manipularlas y el resultado fue una inversión de valores políticos, sociales y morales, una inversión de las funciones del centauro.

Aquilino Duque, "La razón y el número", en El suicidio de la modernidad

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