15 enero 2010

"La autopista del sur" y otras historias


Julio Cortázar es, de entre los autores del archifamoso boom, el que más atractivo ha ejercido siempre. Probablemente a García Márquez se le rinda más pleitesía como escritor, pero en Cortázar se une a lo literario lo humano, el encanto personal, podríamos decir. Es el arquetipo del progre no airado, con cierta prestancia de dandy, que se codea con el mundo del capitalismo europeo y sus mitos subculturales al tiempo que ejerce de revolucionario en su América hispana, simultaneando el tango con el jazz y con las proclamas marxistas. Su misma apariencia externa (americana descorbatada, barba, cigarrillo en mano) ha creado escuela. ¿Qué tiene que ver todo esto con sus cuentos? Bueno, podríamos decir que eso de que "el estilo es el hombre" se pone especialmente de manifiesto en su caso. Ahí le tenemos, demasiado juguetón para hacer literatura realista y lo suficientemente descreído como para crear personajes problemáticos en un sentido existencial y no digamos religioso. El cauce abierto por Borges era el adecuado para él: admitamos que "hay más cosas en el cielo y en la tierra etc. etc." pero no pretendamos investigar su sentido. Cortázar imagina posibilidades que la vida real no ofrece a diario, como el niño que se entretiene en dar funciones insólitas a su juguete, sin plantearse jamás la reflexión sobre él y sobre su uso primigenio. Sobre la fantasía exuberante de Borges, él añade las constantes referencias a los usos y costumbres de esa sociedad que algunos llaman desinhibida, en realidad hueca y frívola, de los 50 para acá, lo que constituye un encanto añadido para sus rendidos lectores.

Nota redactada en febrero del 2001. La edición es de Bruño, en su colección escolar Anaquel.

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