18 octubre 2008

A "Retahílas",


la novela de Carmen M. Gaite, podría achacársele el ser una especie de versión castiza del nouveau roman, algo así como lo que la siesta es al yoga. Incluso el título parece una parodia. Pero resulta más convincente y menos pretenciosa que las retahílas de Claude Simon o la que comentábamos ayer del flamante nobel. Es un tributo al lenguaje, pero este no se absolutiza, sino que queda subordinado al elemento humano, a quien sirve. Tal como acordamos, les traigo uno de mis párrafos favoritos.


Fíjate, si es que es en todo lo mismo, con la literatura pasa igual; ¿tú concibes mayor memez que el libro ese de Love story que ha hecho tanto furor?, yo no lo entiendo. Y a Ester, por ejemplo, le encanta, dice que está muy bien desmitificar el amor, que ya era hora, que no todo van a ser los parlamentos de Melibea. ¡Pues sí señor!, en literatura amorosa o los parlamentos de Melibea o nada, a mí que no me den gato por liebre, para tanto como eso no escriba usted una novela si los amantes que salen allí no tienen nada que decirse; ¿cómo te vas a creer una historia de amor sin palabras de amor?, porque lo grande es que el autor pretende que te la creas. Pretende que te parezca verdad que aquellos dos chicos se enamoran nada más conocerse y que a ella le da leucemia y que deciden vivir intensamente esos meses que les quedan de estar juntos; pero, por favor, la leucemia precisa su retórica adecuada, no se te ocurre decir "pobre chica", no te crees una palabra de todo aquello porque a ellos mismos les parece que les cae por fuera. Y Ester dice: "Si lo que quiere indicar precisamente es que le quitan importancia, que viven el presente, o sea que no hace falta dramatizar", pero bueno, si ya sé lo que pretende, pero ¿cómo no va a haber que dramatizar cuando a la persona que más quieres en el mundo le da leucemia y los médicos la desahucian?, porque allí te quieren indicar eso, que se quieren mutuamente más que a nadie en el mundo pero que no necesitan decírselo, pues no sé, peor para ellos si no tienen nada que decirse. Cierras el libro y te han informado, sí, de que la muerte ha venido a interruppir el amor de dos jóvenes que se llaman Fulano y Mengana y que viven en tal ciudad, puros datos, pero es un amor que ni te conmueve, ni te interesa, ni te lo crees, te quedas diciendo ¿y en qué se notaba que se querían esos dos?, porque no se notaba en nada; vamos, anda, eso qué va a ser literatura. Y Ester siempre acaba diciendo que lo que me pasa a mí es que soy muy antiguo.