12 febrero 2007

Sombra del paraíso


Sombra del paraíso impresiona aun cuando uno haya leído La destrucción o el amor y otros libros de Aleixandre. Aquí llega al tope esa ilusión de belleza que don Vicente sabe crear con las palabras, y uno comprende a Marcelo Arroita-Jáuregui cuando decía aquello de "Sombra del paraíso era otra cosa". Sigue estando ahí la elevación de la naturaleza a una especie de estado de gracia universal y la queja de la criatura por no poder formar parte de ella. En fin, todo eso a lo que Aleixandre nos tiene acostumbrados a los lectores de su obra anterior. Pero nunca como hasta ahora nos había maravillado.

Hay dos cosas que me sorprenden tras esta lectura. La primera es que el mundo poético de Aleixandre puede ser cristiano, o al menos comprenderse desde un punto de vista cristiano. Hay una voz poética que muy bien pudiera ser Adán, es decir, el género humano añorante de un cosmos glorioso que perdió, llorando por su imperfección y anhelando una recuperación que parece posible. Dios no aparece nunca, pero el universo puede ser su metonimia (o su sinécdoque, puesto que el universo es sólo parte de lo perdido, parte también desgajada del hombre como consecuencia del pecado).

La otra cosa es cómo este libro desmiente (una vez más) el mito del páramo cultural franquista o la idea de que en aquel régimen sólo podía el escritor hacer literatura crítica.


Nota redactada en julio del 2006.

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