Sucede que los personajes cambian de carácter a lo largo de
la trama, como si fueran el doctor Jekyll y Míster Hyde, y así, Murin es tanto
un fanático como un vulgar aprovechado; Katerina, en un momento dado, pasa de
ser la desgraciada réproba a mostrarse como una cínica ante Ordinov (que en
alguna ocasión dice “entonces lo comprendí todo”, bendito él); y el confidente
de Ordinov, un amigo suyo, también se metamorfosea en el último capítulo
adquiriendo una discreción de la que el narrador le había desposeído en
episodios anteriores.
¿Cuál es la culpa de Katerina? Al parecer está relacionada
con la muerte de un antiguo amado durante una tempestad marina, pero el relato
de la dama resulta elusivo. Katerina y Murin acaban desapareciendo de la vida
de Ordinov durante una crisis de éste y su amigo le revela, como de pasada, que
ambos hace tres semanas que se han largado de la casa que compartían, la cual
ha sido ocupada por una partida de ladrones.
¿Qué pensar, pues? ¿Fue todo un delirio del protagonista?
¿Se hicieron pasar los ladrones por Murin y su esposa? Cualquier posibilidad
parece traída por los pelos. Es como si Dostoievski
hubiese querido jugar con el lector, proponiéndole una novela abierta, pero,
aun así, me parece fallido. Más bien me parece estar ante un esbozo, o varios
esbozos juntados apresuradamente, de futuras obras mayores de Dostoievski, y que el autor hubiese
dado a la imprenta a ver qué pasaba. Pasó que le zurraron.
__