24 agosto 2024

La patrona

Esta es una de las obras menos editadas de Dostoievski, y es normal, porque resulta una historia bastante extraña. Realmente no sé qué pensar sobre sus personajes, su desenlace y algunos de los elementos de la trama. De principio parece bastante fácil: un folletín muy propio de la época, con su dama atribulada (Katerina se llama en este caso) que va a todas partes con un marido mayor que la insta a rezar continuamente para expiar alguna culpa. Por otro lado, un personaje típico del autor (Ordinov se llama en este caso), enfermizo e inseguro, que por supuesto se siente atraído por la dama atribulada y se considera en la obligación de redimirla de algún modo.

Sucede que los personajes cambian de carácter a lo largo de la trama, como si fueran el doctor Jekyll y Míster Hyde, y así, Murin es tanto un fanático como un vulgar aprovechado; Katerina, en un momento dado, pasa de ser la desgraciada réproba a mostrarse como una cínica ante Ordinov (que en alguna ocasión dice “entonces lo comprendí todo”, bendito él); y el confidente de Ordinov, un amigo suyo, también se metamorfosea en el último capítulo adquiriendo una discreción de la que el narrador le había desposeído en episodios anteriores.

¿Cuál es la culpa de Katerina? Al parecer está relacionada con la muerte de un antiguo amado durante una tempestad marina, pero el relato de la dama resulta elusivo. Katerina y Murin acaban desapareciendo de la vida de Ordinov durante una crisis de éste y su amigo le revela, como de pasada, que ambos hace tres semanas que se han largado de la casa que compartían, la cual ha sido ocupada por una partida de ladrones.

¿Qué pensar, pues? ¿Fue todo un delirio del protagonista? ¿Se hicieron pasar los ladrones por Murin y su esposa? Cualquier posibilidad parece traída por los pelos. Es como si Dostoievski hubiese querido jugar con el lector, proponiéndole una novela abierta, pero, aun así, me parece fallido. Más bien me parece estar ante un esbozo, o varios esbozos juntados apresuradamente, de futuras obras mayores de Dostoievski, y que el autor hubiese dado a la imprenta a ver qué pasaba. Pasó que le zurraron.

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