Es posible que en ese empeño del PP por ver en el PSOE solo una alternativa haya algo más que papanatismo. Es posible que se trate de miedo a la verdad. La historia de España en los últimos cincuenta años se sostiene sobre el empeño en construir una democracia similar a las que se consolidaron en Europa occidental tras la segunda guerra mundial. Esta es, al menos, la visión de los que hicieron la transición desde el anterior régimen. En la visión de estos, los partidos de izquierda (PSOE, PCE) se hallaban en el mismo empeño. Fueron graciosamente invitados a la fiesta, e incluso se les dejó que creyeran que eran los protagonistas del cambio. Hasta que alguien empezó a asomar la pata, alguien llamado Zapatero, y lo hizo urgido por unos acontecimientos que parecían ir a pasarle la legitimidad democrática a la derecha: me refiero a una casi lograda victoria sobre el terrorismo. Ellos, la izquierda, titulares de la legitimidad democrática por graciosa concesión de la derecha, no podían consentir esa victoria, porque para ellos el objetivo no era una democracia europea sino el triunfo final en la guerra civil: objetivo mantenido y visibilizado a través de años y años de “memoria histórica”. El terrorismo no era el enemigo, lo era y lo había sido siempre la derecha. Así que choca esos cinco, ETA, y todos contra el enemigo de siempre.
Para el PP, es duro mirar de frente la realidad, es decir,
que para el PSOE y su izquierda ellos no son una alternativa democrática, sino
el enemigo a batir. Cualquier otro actor, como los separatistas, será
circunstancialmente un aliado o un rival: desde matarlos con mercenarios a modificar
el código penal para exonerarlos de sus delitos, cabe toda una gama de
entendimientos/desentendimientos.
No quiere mirar la realidad, el PP: No quiere oír los no pasarán. Es demasiado duro. Prefieren
encapsularse en su virtual mundo democrático donde los únicos malos son los extremos. Siguen paseando su lirio.
Morirán en la inopia voluntaria.