Mercedes Salisachs narra despiadadamente la ruina moral y material de una familia barcelonesa de los 50. Al padre le toca una quiniela de catorce y el tipo se despide de su trabajo y se pone a echar canas al aire, resultando que la cantidad que le había tocado, que no era para tanto como pensaba, se va evaporando entre caprichos. El tipo vive en un barrio de mala nota con su poco ejemplar madre, con su mujer, una cuñada, dos hijos y una sobrina (que resultará también ser hija suya). Una hermana mantenida por un señorón viene a completar el cuadro. Los hijos son las víctimas de esta pandilla, más que familia. El chico quiere ser cura pero entre todos le arruinan la vocación y la vida. La chica es salvada de un intento de suicidio y comienza un limpio noviazgo que sin embargo se verá frustrado también por las ambiciones y los prejuicios de unos y otros. En un momento dado, la peste que inunda la casa, consecuencia de un atranque de agua fecal, se convierte en símbolo de toda aquella miseria. El título, tan cruel como el resto, hace alusión a la breve vida de estos insectos, de la que en el otoño ejecutan el último movimiento.
Se diría una novela de realismo social, al estilo de las de
su tiempo, pero la diferencia es clara: aquí la ruina no la causan las estructuras
injustas, sino los vicios de las personas. Tanto Paco como Julita (los hijos)
intuyen dónde está la salida, pero sus propios familiares se empeñan en
atraparles en la mala vida mientras malogran sus propios modestos empleos en un
intento de evitar la caída en el precipicio.
Por otro lado, la narración, seca, en presente, sin el menor
asomo de emoción, es mucho más artística que la media de las novelas
socialrealistas. Podría haber ganado el Nadal pero se lo llevó un desconocido Vidal Cadellans y Salisachs no la publicó hasta los años 80.
__