funciona entre nuestros jóvenes como sinónimo de “yo tengo derecho a”. Y no es casual. Esta conducta es coherente con lo que la publicidad nos está continuamente animando a creer: que tenemos derecho a aspirar a que la equivalencia entre “yo quiero”, “tengo derecho a” y “yo puedo” sea un valor innegociable.
“La adolescencia: la cultura anfibia”, en El deber moral de ser inteligente.