Armando reflexiona sobre cómo es más difícil conquistar el amor de una prostituta que el de una jovencita.
Ser amado por una
joven casta, ser el primero en revelarle ese extraño misterio del amor
ciertamente es una gran felicidad, pero es la cosa más sencilla del mundo.
Apoderarse de un corazón que no está acostumbrado a los ataques es entrar en
una ciudad abierta y sin guarnición. La educación, el sentido del deber y la
familia son muy buenos centinelas, pero no hay centinela tan vigilante que no
pueda ser burlado por una muchachita de dieciséis años, cuando la naturaleza,
por medio de la voz del hombre que ella ama, le da esos primeros consejos de
amor, tanto más ardientes cuanto más puros parecen.
(En La dama de las
camelias, capítulo XII)