26 mayo 2018

Libertad económica, capitalismo y ética cristiana


Martin Rhonheimer no intenta dar lecciones de economía, afortunadamente, pues en ese caso no le habría entendido nada. Su lenguaje es tan diáfano como de costumbre y su intención no es sino reivindicar el sistema capitalista como el más adecuado a la condición libre de la persona, algo así como había hecho anteriormente con la democracia liberal: “el ethos político de la modernidad es una conquista irrenunciable”, es la frase que recuerdo de esos trabajos, porque no dejaba de resultar chocante en un cura, dados los antecedentes. Y su defensa del capitalismo no puede ser más congruente con esa convicción.

En efecto, si nunca nadie en la Iglesia (que yo sepa) había apostado tan claramente por el sistema político consolidado tras la Segunda guerra mundial, aunque se hubiera aceptado de modo tácito, igualmente cabe decir que nunca se había visto teorizar de modo tan descarado sobre la congruencia del capitalismo con la ética cristiana. Como pone Rhonheimer de relieve, la doctrina social de la Iglesia era más bien desconfiada con ese sistema, y cargaba sobre el Estado la responsabilidad de la justicia social de modo que regulase los excesos (y defectos) del mercado libre. En uno de estos artículos, Rhonheimer revisa, con Hayek, el concepto de justicia social, para concluir que esa justicia la acaba logrando mejor la libertad económica que el intervencionismo estatal.

Se trata de un conjunto de diez artículos (o ensayos, si se quiere) publicados por Rhonheimer en diversos lugares y reunidos aquí, con un prefacio del autor, por el argentino Mario Silar (el apellido lleva en la s un circunflejo invertido que no encuentro en el teclado). El que figura, con buen criterio, como inicio lleva el provocador título de “El malvado capitalismo: la forma económica del dar”, y fue curiosamente primero solicitado y luego rechazado por una revista católica. Otros ponen de relieve que fue el cristianismo quien condujo a Europa a la modernidad política; alguno se dedica a relacionar el capitalismo con el principio de subsidiariedad, otros reflexionan sobre el pensamiento de Hayek y Mises en relación con el cristianismo y uno se dedica a analizar la encíclica Pacem in terris de Juan XXIII bajo esta perspectiva. Dos conclusiones pueden sacarse: la autonomía de la actividad empresarial, a la que no se puede pedir caridad (aunque el empresario como hombre no esté desligado de la moral) sino eficiencia; y la que sirve de epígrafe a las últimas páginas: el problema es la pobreza de las masas, no la desigualdad. O, como decía Silar en una presentación del libro, citando a Pedro Schwartz: “nunca me ha preocupado la desigualdad, porque no soy envidioso”.

__