Martin Rhonheimer no intenta dar lecciones de
economía, afortunadamente, pues en ese caso no le habría entendido nada. Su
lenguaje es tan diáfano como de costumbre y su intención no es sino reivindicar
el sistema capitalista como el más adecuado a la condición libre de la persona,
algo así como había hecho anteriormente con la democracia liberal: “el ethos
político de la modernidad es una conquista irrenunciable”, es la frase que
recuerdo de esos trabajos, porque no dejaba de resultar chocante en un cura, dados
los antecedentes. Y su defensa del capitalismo no puede ser más congruente con
esa convicción.
En efecto, si nunca nadie en la Iglesia (que yo sepa) había
apostado tan claramente por el sistema político consolidado tras la Segunda
guerra mundial, aunque se hubiera aceptado de modo tácito, igualmente cabe
decir que nunca se había visto teorizar de modo tan descarado sobre la
congruencia del capitalismo con la ética cristiana. Como pone Rhonheimer
de relieve, la doctrina social de la Iglesia era más bien desconfiada con ese
sistema, y cargaba sobre el Estado la responsabilidad de la justicia social de
modo que regulase los excesos (y defectos) del mercado libre. En uno de estos
artículos, Rhonheimer revisa, con Hayek, el concepto de justicia
social, para concluir que esa justicia la acaba logrando mejor la libertad
económica que el intervencionismo estatal.
Se trata de un conjunto de diez artículos (o ensayos, si se
quiere) publicados por Rhonheimer en diversos lugares y reunidos aquí,
con un prefacio del autor, por el argentino Mario Silar (el apellido
lleva en la s un circunflejo invertido que no encuentro en el teclado). El que
figura, con buen criterio, como inicio lleva el provocador título de “El
malvado capitalismo: la forma económica del dar”, y fue curiosamente primero
solicitado y luego rechazado por una revista católica. Otros ponen de relieve
que fue el cristianismo quien condujo a Europa a la modernidad política; alguno
se dedica a relacionar el capitalismo con el principio de subsidiariedad, otros
reflexionan sobre el pensamiento de Hayek y Mises en relación con
el cristianismo y uno se dedica a analizar la encíclica Pacem in terris
de Juan XXIII bajo esta perspectiva. Dos conclusiones pueden sacarse: la
autonomía de la actividad empresarial, a la que no se puede pedir caridad
(aunque el empresario como hombre no esté desligado de la moral) sino
eficiencia; y la que sirve de epígrafe a las últimas páginas: el problema es la
pobreza de las masas, no la desigualdad. O, como decía Silar en una presentación
del libro, citando a Pedro Schwartz: “nunca me ha preocupado la
desigualdad, porque no soy envidioso”.
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