Y debes tener presente, Mattie, que las personas fuertes se
vuelven más fuertes, duras y encallecidas, y que, cuantos más años tienen, más
confían en ellas los demás y más sabiduría adquieren, de modo que pueden
afrontarlo casi todo y, como dice Janie, se las saben todas. –Apretó la mano de
Mattie–. Sé que te preocupa que la deshonra del señor Amory pueda afectarme. Te
diré algo que nunca diría a nadie más. Lo que le sucede al señor Amory no me
afecta en absoluto. Es parte de una historia que he vivido desde hace mucho
tiempo, una historia que apenas me afecta ni me conmueve. Es como un relato que
estuviera leyendo..., algo que sucede muy lejos. No me afecta a mí, pero sí a
la señora Stilham y a los chicos porque no saben cómo actuar ante eso, y yo no
podría marcharme sabiendo que sufren. Necesitan alguien que les diga qué deben
hacer, que los anime, que los ayude a ver las cosas con objetividad. ¿Entiendes
lo que digo, Mattie? Estoy segura de que así es, porque también hay personas
que recurren a ti. Si no fueses como eres, no le habrías dado a tu hermana
dinero para que se viniera a Estados Unidos cuando su marido murió. No te
habrías ofrecido a ayudar a tu prima Helga cuando tuvo problemas con el bebé.
No cuidarías a una anciana como yo ni te preocuparías de si está fatigada o no.
No irías todas las noches a la habitación de la cocinera para darle masajes en
la espalda ni procurarías que ese galopín de Hicks esté libre los jueves,
cuando su mujer va a visitar a su madre al manicomio. Claro que me entiendes. Y
no importa que el cuerpo está cansado. Si nos traicionáramos a nosotras mismas,
lo que habría no sería cansancio, sino destrucción. No podemos hacer nada. Dios
no nos preguntó si queríamos esa responsabilidad. Simplemente nos la otorgó.
¿Verdad que lo entiendes, Mattie?
Susie Parkington, en Louis Bromfield, La señora Parkington