Es la única novela de James Bond* que he leído, y no tiene
ni de lejos el atractivo de las películas, que es ante todo visual, como es
sabido. A juzgar por lo que se ve en la tienda Kindle, casi nadie las lee hoy
tampoco.
Aquí 007 se enfrenta a uno de esos villanos tan
estrafalarios que casi no son humanos y por eso importa poco hacerlos pedacitos
al final. Un obseso del oro, agorafóbico, que tiene la costumbre de pintar de
dorado a sus amantes para hacerse la ilusión de que posee al precioso metal...
y la exquisita idea de matar a una secretaria sospechosa pintándola hasta el
último poro. Tuve que saltarme todo un capítulo, o más (cosa que no me gusta
hacer), donde Fleming se dedica a narrar pormenorizadamente el partido
de golf que disputan Bond y Goldfinger. La cosa es que Goldfinger quiere
desvalijar Fort Knox y 007 mantiene con él el típico juego del ratón y el gato
con escenarios a lo grande y chicas malas y glamurosas.
* ”...estaba sentado en el ultimo
saloncito de espera del aeropuerto de Miami, meditando sobre la vida y la
muerte. Matar formaba parte de su profesión. Nunca le había gustado hacerlo;
cuando tenía que eliminar a alguien, lo hacía lo mejor posible, y enseguida se
olvidaba de ello. Como agente secreto a quien se le había concedido el raro
prefijo del doble 0 –que en el Servicio Secreto significaba licencia para
matar–, tenía el deber de mirar la muerte con la misma frialdad que un
cirujano.” Como se ve, nada fuera del alcance de Lou Carrigan o de
alguno de estos autores de historietas de kiosco.
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