Hay algo que no suele salir en los debates sobre los
bestias que desean la muerte a los toreros e incluso a niños enfermos que
sueñan con serlo. Me refiero a esto: el español de cuarenta para abajo ha sido
educado en la creencia de que el hombre no es más que un animal más
evolucionado. Nada nos separa esencialmente, por tanto, de un toro, un perro o
un gorila. De modo que la recíproca también es cierta: un toro, un perro o una
oveja son "personas" menos evolucionadas. Si hacer violencia (y más
aún hacérsela hasta la muerte) a un ser humano causa horror, para estos
españoles subdesarrollados la que se hace a un animal merece la misma condena,
en pura lógica.
Ya sé que esto no justifica a los miserables que expresan su
odio por las redes, pues, independientemente de la educación que uno haya
recibido, la mente humana se rebela por instinto contra un asesino y encuentra
muy natural que se aplaste a una cucaracha. Digamos que no hace falta haber
estudiado antropología para eso. Pero todos sabemos hasta qué punto humanizamos
a los animales más cercanos biológicamente a nosotros e incluso les tomamos
cariño. Añadamos encima el interés personal por ser un animal (que está en la
base, no nos engañemos, de las ideologías materialistas), y tendremos listo el
cóctel.
Como explicaba Martin Rhonheimer, nos va mucho en afirmar la
diferencia radical de la persona con los animales, porque en la equiparación
salimos perdiendo, y mucho. Pensemos en la eutanasia, por ejemplo: todos
animales, todos apiolables llegado el caso. Porque al animalista, en el fondo,
no le horroriza la muerte, sino el dolor. Despenaría sin dolor
a su perro para evitarle sufrimientos; por qué no al abuelo que ya se siente inútil
o le hacemos sentir inútil. La lógica es implacable.