La dignidad de un
mayordomo está profundamente relacionada con su capacidad de ser fiel a la
profesión que representa. El mayordomo mediocre, ante la menor provocación,
antepondrá su persona a la profesión. Para estos individuos ser mayordomo es
como interpretar un papel, y al menor tropiezo o a la más mínima provocación
dejan caer la máscara para mostrar al actor que llevan dentro. Los grandes
mayordomos adquieren esta grandeza en virtud de su talento para vivir su
profesión con todas sus consecuencias, y nunca les veremos tambalearse por acontecimientos
externos, por sorprendentes, alarmantes o denigrantes que sean. Lucirán su
profesionalidad como luce un traje un caballero respetable, es decir, nunca
permitirán que las circunstancias o la canalla se lo quiten en público. Y se
despojarán de su atuendo sólo cuando ellos así lo decidan y, en cualquier caso,
nunca en medio de la gente. Como digo, es una cuestión de “dignidad”.
Stevens, en Los restos del día, de Kazuo Ishiguro
Ojo, que tiene tanto una lectura positiva como negativa. Yo
no diría que la profesión deba anular la “personalidad”. Si acaso, que se
imponga sobre las debilidades humanas.
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