Ángel Ruiz comenta su coincidencia con Rafael
Sánchez Ferlosio en el rechazo que les producen a ambos una persona y un
concepto, cada cual por su lado: Ortega y Gasset y el término identidad.
Es curioso, porque, a pesar de Juan Pablo II, yo tampoco puedo evitar
ciertas reservas hacia el concepto de marras, cuando se refiere a lo colectivo.
Tengo la sospecha de que poner la identidad como norte acaba llevando siempre a
la exclusión de alguien.
Hay señas de identidad en los pueblos, no cabe duda. Sin
eso, el propio Ortega (ya que se le menciona) se tendría que haber
envainado muchos de sus escritos. Es la historia quien va decantando la
identidad de cada nación, de cada comunidad, o pueblo, o etcétera. Hay que
contar con ella y es un valor que hace que tengan sentido frases como "me
caen bien, o mal, los franceses", a pesar de la ironía de Chesterton
("no los conozco a todos", respondía cuando le pedían opinión sobre
un determinado pueblo). Pero empeñarse en preservarla a toda costa puede
degenerar en nacionalismo y restricciones a los derechos humanos. En
definitiva, ninguna identidad es "irrevocable", como decía José
Antonio de España. Lo que ha modelado la historia la propia historia lo
puede cambiar.
Por supuesto, la palabreja se usa mucho en relación con las
masas inmigrantes que afluyen a Europa. Si la defensa de la identidad tiene que
ver con muestro respeto a las libertades, a los derechos humanos, al pluralismo
político, si nos sentimos orgullosos de identificar lo europeo con todo eso, es
otra cuestión. Uno puede plantearse hasta qué punto todos esos valores no se
van a poner en almoneda con la irrupción de grandes masas de población
islámica. Son valores irrenunciables, pero que deseamos universales y sin
especiales vínculos con una identidad.
Por lo demás, a mí no es Ortega quien me produce
rechazo, sino el propio Sánchez Ferlosio. Después de intentar el
abordaje a algún artículo y alguna colección de escritos menores, decidí
prescindir de él para los restos. Tal vez caiga una relectura de Alfanhuí.
Releer El Jarama me parece una de las formas más lamentables de perder
el tiempo. Fue un experimento que se ha hecho su sitio en la historia como el
urinario de Duchamp o el blanco sobre blanco de Malevich. Ahora
andará el pobre curando el último acceso de rabia por la Jornada Mundial de la
Juventud. A su edad estos sustos son peligrosos.