Me he echado al coleto tres capítulos de Federico Moccia.
No me han quedado ganas de seguir. Es como papar una cucharada de natillas en
mal estado. Es la estupidez recreándose en sí misma. Volver a Miguel Ángel
Asturias es saborear un amaretto después de la susodicha cucharada. Amargo,
pero estupendamente elaborado; un recreo para el paladar.
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