Joseph Joffo dejó de ser niño a los diez años, cuando
su padre les tuvo que pedir, a él y su hermano mayor, que huyeran de casa para
pasar a la Francia libre a la mayor brevedad: era peligroso ser judío en el
París de 1943. Y aquí empieza una peripecia de esas que hacen bueno lo de que
"la realidad supera a la ficción". Anda que no llevaba años
conociendo el título de este libro, y siempre pensando en él como una novelita
juvenil con su cuota de ñoñez, de esas que se quedan en deplorar lo malos que
son algunos seres humanos. En lugar de eso, me encuentro con una magnífica
historia de supervivencia y reciedumbre, que me recordó a Primera sangre,
la novela que inspiró lo de Rambo, no porque los personajes se parezcan, que
afortunadamente no, sino porque en ambas asistimos a una implacable caza del hombre que choca con una inquebrantable voluntad de vivir. Pero esta
se ve aderezada por el encanto de los protagonistas, niños al fin, pero
obligados a dar todo lo que pueden dar como hombres; y por las virtudes de que
hacen gala: valientes, avispados, fieles el uno al otro y a sus padres, aunque se peleen de vez en cuando como tienen que pelearse dos chicos.
Como diría un conocido mío, que gustaba de medir las cosas de este modo: cero
lagrimones, máxima virtus.
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