17 noviembre 2013

Un saco de canicas


Joseph Joffo dejó de ser niño a los diez años, cuando su padre les tuvo que pedir, a él y su hermano mayor, que huyeran de casa para pasar a la Francia libre a la mayor brevedad: era peligroso ser judío en el París de 1943. Y aquí empieza una peripecia de esas que hacen bueno lo de que "la realidad supera a la ficción". Anda que no llevaba años conociendo el título de este libro, y siempre pensando en él como una novelita juvenil con su cuota de ñoñez, de esas que se quedan en deplorar lo malos que son algunos seres humanos. En lugar de eso, me encuentro con una magnífica historia de supervivencia y reciedumbre, que me recordó a Primera sangre, la novela que inspiró lo de Rambo, no porque los personajes se parezcan, que afortunadamente no, sino porque en ambas asistimos a una implacable caza del hombre que choca con una inquebrantable voluntad de vivir. Pero esta se ve aderezada por el encanto de los protagonistas, niños al fin, pero obligados a dar todo lo que pueden dar como hombres; y por las virtudes de que hacen gala: valientes, avispados, fieles el uno al otro y a sus padres, aunque se peleen de vez en cuando como tienen que pelearse dos chicos. Como diría un conocido mío, que gustaba de medir las cosas de este modo: cero lagrimones, máxima virtus.

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