01 julio 2013

La envidia igualitaria


A Gonzalo Fernández de la Mora le interesa más criticar el igualitarismo que analizar la envidia. No es un moralista. Por eso la primera parte del libro, que es una visión histórica de lo que se ha pensado acerca de este vicio, está de más, es anodina e interminable. De hecho creo que el exceso es el pecado de todo el volumen. Cuando busca razones para demostrar la desigualdad de los seres humanos, se lanza a una lección magistral sobre los cromosomas y los genes, a todas luces superflua. Es como si no hubiera entendido que el adjetivo igual, iguales, tiene un gran potencial analógico, es decir, que no expresa lo mismo, ni mucho menos, en todos los contextos. Que no somos idénticos no necesita demostración, y no es eso lo que pensaban los redactores de las diversas declaraciones de derechos humanos.

Estoy conforme en que es la envidia lo que da origen, en parte al menos, a las ideologías igualitarias; pero, para barrer todo vestigio de racionalidad a la idea de que somos iguales, Fernández de la Mora procede por reducción al absurdo y se ríe incluso del principio de igualdad ante la ley con el argumento de que la ley no es igual en todos los tiempos y países, y lo mismo hace con la igualdad de oportunidades, oportunidades que, está claro, no dependen solo de la buena voluntad del gobernante. Y te encuentras a menudo con este tipo de obviedades, envueltas eso sí, en el cultísimo lenguaje que caracteriza a nuestro autor, pero que aquí se me antoja pedante: ¿cómo tomar en serio a un hombre que dice fruir por "disfrutar" o abscóndita por "escondida"?

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