30 julio 2013

¿Antiintelectuales? Pues bueno.


Va uno y se marca un libro con el título Los (anti)intelectuales de la derecha española. La intención ya se ve, pero el tío tiene que justificarlo, así que acude a un dato histórico cierto: el término intelectual, como sustantivo, nace en los años del asunto Dreyfus, designando a aquellos escritores, por lo general de izquierdas, que defendieron la inocencia del capitán frente a las gentes de orden (derechas) que le acusaban, movidos en parte por el muy extendido prejuicio antijudío de la época. Con el tiempo, el término se liberó de esa restricción significativa y pasó a designar a todo aquel que trabajaba con el intelecto: lo que en los tiempos antiguos era un filósofo, en la Edad Media un clérigo, en el Renacimiento un humanista y en el siglo XVIII español un literato. Y ello con independencia de las ideas del sujeto en cuestión. Pero ¿a qué dejar que la realidad te estropee un buen argumento, sobre todo si te permite sugerir, como quien no quiere la cosa, que los de derechas no piensan?

De todos modos, ¿por qué no seguirle el juego? Antiintelectuales: ¿y qué? Al fin y al cabo, una constante de los movimientos subversivos del pasado siglo ha sido el orgullo de contrariar los valores establecidos: se glorificó al antihéroe, se habló de la contracultura… Poco hay de vergonzoso en llevar la contraria a unos intelectuales que apoyaron el sistema político más sangriento de la historia y a otros que hoy son más orgánicos que los Pemanes o los Laínes de los 40: hoy los valores establecidos son los de la izquierda, hasta el punto de que lo que llamamos corrección política se basa en buena parte en ellos. Asi que, si yo viviera de escribir, no lo dudaría: he aquí un antiintelectual.

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