Uno tarda, y tarda mucho, en darse cuenta de que esta es la
novela que inspiró La novia vestía de negro, no solo porque Truffaut
cambia el sexo del protagonista y el resto de personajes y circunstancias,
incluyendo el desenlace; sino porque el modo que tiene Woolrich de
encadenar los acontecimientos te hace preguntarte qué está pasando, si el
primer capítulo tiene unidad y si la tiene el primero con el segundo o este con
el tercero... o es que los editores te están tomando el pelo. En eso, el
formato electrónico es una ventaja, porque no caes en la tentación de leer la
sinopsis de la contraportada, que disipa el encanto. Woolrich maneja con
mano de maestro la elipsis, con igual destreza dosifica los datos, juega con el
lector como lo haría un Hitchcock con sus espectadores... Bien es cierto
que roza lo inverosímil y quizá haga más que rozarlo, pero el lector admite eso
como parte del juego y lo sigue encantado. Importa poco que el protagonista
reúna en sí los caracteres de un neurótico y de diez agentes de la CIA juntos,
que le salga todo tan milimétricamente perfecto, o que el narrador recurra a un
tono terrorífico y fatalista, sobre todo porque sabe compensarlo con otras
secuencias de aire costumbrista donde se palpa una suave ironía contra
costumbres y vicios intemporales.
Vamos, un thriller
como Dios manda, quiero decir con auténtico talento narrativo. Genio, más bien.
Tendría que remontarme al Tuareg de Alberto Vázquez-Figueroa para
encontrar una novela que me mantuviese de tal modo pegado al asiento.
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